Mail: Ansiedad.

Sigo sentado en esta silla de plástico. Es muy incómoda.

Vuelvo a mirar y a mi alrededor y solo hay paredes blancas. Nada más.

La habitación parece un poco más pequeña que hace un rato.

 

En la pared blanca de la derecha hay una puerta. Pero no puedo salir.

Me levanto. Intento cruzarla. Nada.

Mis pies descalzos pisan las frías baldosas blancas.

Vuelvo a sentarme.

 

No sé cuánto tiempo llevo aquí ya.

En la pared de mi izquierda hay una ventana.

Vuelvo a levantarme y miro por ella. Veo la calle.

Hay personas andando, les hago señales pero no me ven.

Vuelvo a sentarme.

 

La habitación parece más pequeña.

Quiero salir. Pertenecer al mundo de ahí afuera.

Pero no puedo salir.

Intento abrir la ventana. No lo consigo.

Grito y golpeo el cristal. La gente no me ve.

Sigo golpeando el cristal y gritando. Nadie se fija en mí.

 

Descubro que no es cierto. Hay una chica que sí me ve. Me está mirando.

Desesperado le hago señales. Le pido que venga. Le digo que no puedo salir y que me ayude. Tengo muchas ganas de salir.

Finalmente consigue encontrar la puerta. Veo el pomo moverse, pero no puede entrar porque la puerta está cerrada.

 

Saco la llave de mi bolsillo y abro la puerta.

—¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte? —dice ella.

—Sí, muchas gracias. No puedo salir, estoy desesperado. Pasa, quédate conmigo un rato.

 

La chica entra. Él cierra la puerta, saca la llave de su bolsillo y cierra con llave. Después guarda su llave de nuevo en el bolsillo.

—Siéntate, por favor —le dice él.

Ella toma asiento en la silla de plástico y él se sienta en el suelo a su lado.

 

La habitación ahora parece más grande.

Durante horas conversan, él le cuenta cosas maravillosas de su pasado pero sabe que debe ser sincero con ella y también le cuenta lo mucho que ha sufrido ahí afuera.

Ella le dice que le entiende.

—Ahora puedes salir. Vámonos.

—No es tan fácil, no puedo cruzar la puerta —le dice él.

—Pero tú tienes la llave, tú puedes abrirla y salir de aquí.

—Puedo abrirla, pero no puedo cruzarla todavía. Necesito tiempo. Pero estar contigo me ayuda muchísimo porque me siento mejor y si te quedas conmigo un poco, estoy seguro de que seré capaz de salir.

 

Ella decide quedarse un tiempo con él para ayudarle.

El tiempo pasa. Ambos conversan en la habitación. Debaten sobre ese mundo de afuera. Discuten cada uno defendiendo su opinión. Cambian una y otra vez de tema. Hasta que se quedan sin conversación.

A medida que pasa el tiempo la habitación vuelve a hacerse más pequeña.

Ella le dice que tiene que marcharse.

Él sabe que ella tiene que marcharse. Pero insiste en que quiere salir afuera con ella, solo que todavía no se siente preparado.

Ella decide esperar un poco más.

 

Se quedan en silencio. Al final, él le hace la pregunta.

—Disculpa, el suelo es muy frío… ¿Tú crees que podrías salir y traer otra silla?

—¡Sí, claro! —dice ella.

Él le abre la puerta y al poco rato ella vuelve con una silla. Pero al ver la habitación tan fría, decide volver a salir y traer unas cuantas cosas más. Trae una pequeña alfombra, unos cojines, una mesita de madera y una tetera llena de té caliente con dos tazas.

A él se le saltan las lágrimas. La abraza y le da las gracias por haber aportado calor a ese frío espacio.

 

La habitación se hace más grande.

Conversan y ríen mientras toman el té. Juegan con los cojines y finalmente se besan.

—Te quiero, eres lo mejor que me ha sucedido en mucho tiempo —le dice él.

Ella queda en silencio. Y le dice:

—No me marcharé. Me quedaré a tu lado hasta que estés preparado para salir.

 

Cada día, ella sale afuera y trae más cosas, algo de comida, una pequeño calefactor, un televisor donde se hartan de ver películas. Una tostadora para hacerle los sándwiches que a él tanto le gustan…

La habitación se hace más grande, cada vez es más cómoda.

Pasa el tiempo y ambos encuentran en esa habitación un lugar donde vivir. Acomodados en todas las cosas que ella ha traído cada vez hace falta que ella salga menos.

 

Unos días más tarde ella prácticamente ya no sale.

Un día, mientras él saca la llave de su bolsillo para abrir la puerta y que ella vaya a por algunas cosas más, ella le mira y se pone a llorar.

—¿Qué te sucede? ¿Estás bien?

—No lo sé… me está sucediendo algo muy extraño.

—¿El qué? —pregunta él.

—Estoy viendo la puerta y no quiero salir. Me da miedo.

Él cierra de nuevo la puerta con llave y vuelve a sentarse junto a ella.

—No te preocupes, te entiendo.

Aquí estarás bien.

 

Fin.

 

El relato de hoy lo dedico a la ansiedad, ese mal que nos afecta a todos en algún momento y tras el cual lo único que se oculta es miedo.

 

Alexandre Escot